miércoles, 10 de marzo de 2010

Todos íbamos en ese tren

Hoy van a hacer seis años de aquel jueves máldito. Ese jueves en el que la barbarie asesina me despertó con imágenes de humo; de ese desayuno del que no pude tomar bocado; del informativo de las 8:00 amputándome el estómago.
Nunca de camino al trabajo escuché tanto silencio. La gente enmudecía de tristeza en las paradas de autobús. Los padres con el rostro desencajado dejaban a sus hijos en la puerta del colegio. Las limpiadoras acababan su turno entre gestos de congoja.

¡Qué grandes que son los niños! - Pensé esa mañana- Sacaron sus cuadernos de matemáticas y ajenos al genocidio suicida me hicieron olvidar tanto dolor (sólo hasta la hora del recreo). En la sala de profesores el café se servía más cargado que nunca. Nadie hablaba, o quizás si, y lo hacían sobre lo mismo; sobre ese jueves maldito, sobres los trenes de la muerte. La siguiente clase fue de música y la siguiente de Lengua. De lo demás no me acuerdo.

Llegué a casa y me acordé de Julia, pensé en nuestro no a la guerra de un año antes, y de que luego fuimos a cenar a un McDonals; de las converasciones tras la manifestación con amigos franceses y sus historias traídas de Marsella sobre aquellos malditos trenes. Esa noche dormí leyendo a Miguel Hernández, su cancionero y romancero de ausencias. Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes, tristes. Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amor. Tristes, tristes.