lunes, 8 de marzo de 2010

Construyendo sueños I. La soledad

Estaba alegre, contenta, quería cantar al alba pero el sol se había puesto ya. Cerró de un portazo y salió a la calle a encontrarse entre la gente. Caminaba entre charcos por el malecón de su Habana vieja: a un lado el mar de coches y cláxons; al otro un abismo de piedra infinita, de corales de cable.
Rugió la melodía de un móvil que no era el suyo pero que la despertó justo en el lugar donde cada mañana, Patricio el limpiador de botas sacaba brillo a los pies de la ciudad que le adoptó, huérfano de patria.
No había lluvia en el cielo y una gota salada deslizaba su mejilla, llegaba hasta su cuello colándose por su jersey de punto y ahogando un poquito su corazón. Pasó la mano por su rostro, por su cuello, y éste estaba seco. Se sentó ahí mismo, donde Patricio. Cayó en la cuenta de que sus zapatos estaban llenos de barro, que tenían restos de hierva. Suspiró y miró a lo alto, dónde nunca se mira, donde el brillo de los zapatos se confunde con una moneda. Dos cornisas más arriba allí estaba él, esparandola en la ventana de su cuarto.