miércoles, 24 de marzo de 2010

Construyendo sueños II. El azar

Cuatro horas después salió el sol y por fin sonó el despertador. Era sábado. Estaba nulo. No sólo su corazón estaba nulo. La noche anterior fue larga y él no acudió a su cita. La habitación quedó vacía. Ella sOla y su teléfono fuera de cobertura, las copas vacías y el vino abierto. Se metió en la ducha y recogió su pelo. Mientras, en su desnudez, pensaba en la señal que la aliviara de su continua cefalea. En el salón la tele por cable sugería una hazaña que la arrancaría de ese sueño.

Mandó un mensaje al 24600; amor más dos nombres al Me quiere No me quiere.

Fabián no te quiere.
Esta relación no va a ninguna parte, Fabián no tiene interés.
¿Qué esperas de esa persona? Fabián no te ve como el amor de su vida.
No funcionará. Fabián plantea su futuro sin ti.

Cuatro mensajes son suficientes en la probabilidad del amor por sms. No hay ninguna ciencia al otro lado del teléfono, ni tampoco su ex, a la que todavía ama.
Cogió el abrigo, las llaves de casa y un bolso que vaciaría del miedo enorme que se hace insuperable. Del miedo a amar o a abandonar, a cambiar o a comunicarse… del miedo a dominar todo lo que pasa. No podía perderse más. El tiempo se cuenta, se regula, se trocea y se rentabiliza.

Cuatro mensajes, una intuición y un pensamiento son suficientes en la probabilidad del amor propio, en la posibilidad de reír por las causas perdidas.

martes, 23 de marzo de 2010

Ser uno mismo. Por Piero Ferrucci

Antes o después, todos nosotros nos enfrentamos a un viejo dilema: ¿Qué es realmente bello y qué no lo es? Tal vez algunas "obras maestras inmortales" nos dejaron fríos y ¡qué culpables nos sentimos! Quizá nos gustó un cuadro sólo tras leer el nombre del pintor, o disfrutamos una pieza musical después de haber sabido que era de Beethoven. O quizá, inseguros de nuestro juicio, permitimos a otros que nos guiasen para escoger una casa un coche o un traje. A continuación, nos sentimos incómodos por haber carecido de confianza en nosotros mismos. En otras ocasiones, cuando realmente vimos y apreciamos la belleza, el sentimiento que nació en nosotros fue sincero: fue inconfundiblemente nuestro. A fin de cuentas, ¿qué puede haber de más indiscutible que el gozo puro?

¡Pero con cuánta facilidad se dificulta esta búsqueda! Todo el mundo quiere la belleza, y es ahí donde empieza el problema. Las relaciones entre las personas, las actividades productivas, los intereses económicos y las relaciones de poder, de un modo u otro, están todas influenciadas por la manera en que percibimos la belleza. Es inevitable el que la sociedad, en lugar de dejar que la belleza sea presa de criterios transitorios e impredecibles, establezca e imponga normas homogéneas estables y comunmente aceptadas. Esta presión es uno de los muchos precios que pagamos por vivir en una sociedad civilizada. En la mayoría de los casos se acepta tácitamente, en parte por indiferencia, y en parte porque desafiar dicha presión generaría ansiedad y tensión.

Quienes siguen la Vía de la Belleza deben apartarse de la dictadura cultural y salir a una tierra de nadie en la que todo es nuevo y desconocido. Sólo entonces pueden encontrar la belleza en toda su fuerza. Deben aprender a vivir fuera de los estereotipos y de las actitudes anticuadas y liberarse de cualquier vínculo, ya sean papeles, lazos, ideologías, intereses o hábitos, que pueda refrenarles. Tienen que aprender totalmente de nuevo, sin miedo ni dudas, a ser ellos mismos.

Así es como nació la caricatura de los artistas excéntricos (así como la del rebelde y la del inadaptado). Puede que los artistas parezcan extraños porque, con su deseo de ser auténticos a sí mismos, no se ajustan a las expectativas de los demás y a los roles aceptados de la cultura.

Junto con la crítica ordinaria de que son excéntricos, los artistas han sido acusados a veces de narcisismo. Se les ve como personas totalmente sumergidas en su propio mundo, que descuidan los problemas reales y a las personas reales, que están sólo preocupados de sus fantasías y visiones. La mayoría de las veces, sin embargo, lo suyo no se debe tanto al narcisismo como a una cuidadosa escucha interior. Y en lugar de ser improductiva o superflua, esta actitud es la misma fuente de su mejor trabajo.

De hecho, quienes recorren la Vía de la Belleza se convierten en instrumentos extremadamente afinados, capaces de registrar las más mínimas variaciones. Perciben los colores y las líneas, el sonido y el espacio, con una agudísima atención; sienten las emociones sutiles que nadie es capaz de describir. Sustituyen la esclavitud del consenso social por la guía de su propia sensibilidad, emparejada con un grado excepcional de estado de atención y exactitud. Verdaderamente abiertos a la belleza, no siguen ciegamente a los coros de asentimiento o disentimiento, sino que, por el contrario, miran con sus propios ojos, escuchan con sus propios oídos, sienten con sus propios corazones.

miércoles, 17 de marzo de 2010

miércoles, 10 de marzo de 2010

Todos íbamos en ese tren

Hoy van a hacer seis años de aquel jueves máldito. Ese jueves en el que la barbarie asesina me despertó con imágenes de humo; de ese desayuno del que no pude tomar bocado; del informativo de las 8:00 amputándome el estómago.
Nunca de camino al trabajo escuché tanto silencio. La gente enmudecía de tristeza en las paradas de autobús. Los padres con el rostro desencajado dejaban a sus hijos en la puerta del colegio. Las limpiadoras acababan su turno entre gestos de congoja.

¡Qué grandes que son los niños! - Pensé esa mañana- Sacaron sus cuadernos de matemáticas y ajenos al genocidio suicida me hicieron olvidar tanto dolor (sólo hasta la hora del recreo). En la sala de profesores el café se servía más cargado que nunca. Nadie hablaba, o quizás si, y lo hacían sobre lo mismo; sobre ese jueves maldito, sobres los trenes de la muerte. La siguiente clase fue de música y la siguiente de Lengua. De lo demás no me acuerdo.

Llegué a casa y me acordé de Julia, pensé en nuestro no a la guerra de un año antes, y de que luego fuimos a cenar a un McDonals; de las converasciones tras la manifestación con amigos franceses y sus historias traídas de Marsella sobre aquellos malditos trenes. Esa noche dormí leyendo a Miguel Hernández, su cancionero y romancero de ausencias. Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes, tristes. Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amor. Tristes, tristes.

Los objetos nos llaman: La muerta

Cierto día, un compañero de colegio señaló en la calle a una mujer, diciéndome:
-Miralá, está muerta.
A mi me parecía imposible que una difunta se moviera con aquella naturalidad entre la gente. De hecho, sabía que era mentira, pero resultaba excitante creérselo, así que le seguí el juego. Mi amigo me aseguró que era capaz de distinguir a una mujer muerta entre mil mujeres vivas.
-¿Pero en qué lo notas?
-En nada en concreto y en todo a la vez. Si te fijas, van envueltas como en una burbuja de paredes invisibles. Cuando seas capaz de percibir esa burbuja, aprenderás a distinguirlas.
A los pocos días de esta conversación, iba dando patadas a las piedras por mi calle, cuando vi a una mujer dentro de la burbuja. La burbuja la puse yo seguramente, pero la mujer era completamente real. La seguí con disimulo hasta la Avenida de América, y luego por Francisco Silvela, hasta llegar a una ferretería en la que entró para salir al poco del brazo de un sujeto muy alto, con bigote a lo Clark Gable. El hombre estaba vivo, desde luego, y no trataba a la mujer como a un cadáver. Al contrario, se acercaba a su cuerpo cuando le era posible, desplazando la pared de la burbuja hacia el otro lado, y le besaba el cuello a través de esa membrana que parecía no detectar. Entraron en un bar que hacía esquina con la calle Méjico y se comieron un bocadillo de calamares cada uno. Cuando ella alargaba el brazo para tomar de la barra el vaso de cerveza, sacaba la mano de la burbuja sin romperla, del mismo modo que algunos objetos son capaces de penetrar en una pompa de jabón.
Comencé a centrar mi atención en él. Parecía el prototipo de individuo mundano que por entonces yo mismo aspiraba a ser. Una persona con clase, pensaba ingenuamente, debe moverse con la misma naturalidad entre los muertos y los vivos. Aquel hombre actuaba con una soltura increíble y sabía en qué momento tenía que abrocharse o desabrocharse el botón de la chaqueta o pasarse el dedo índice por el extremo del bigote, como para recoger, más que una miga de pan, un pensamiento. Al salir del bar, él la tomó de la cintura y la atrajo hacia sí con tal violencia que la sacó sin darse cuenta de la burbuja. Entonces abandoné la persecución con la idea romántica de que el amor consiste en rescatar al otro de la muerte, y decidí esperar mi oportunidad.
A los pocos meses llegó al barrio una chica nueva, con burbuja. Era muy joven para estar muerta, pero lo consulté con mi amigo y me dijo que las había de todas las edades.
-Una prima mía de tres semanas está muerta también.
-¿Y qué dicen sus padres?
-No lo saben. La mayoría de la gente no ve la burbuja.
Me enamoré como un loco, y, cuando logré reunir el dinero suficiente, la invité a un bocadillo de calamares en el bar de Francisco Silvela esquina Méjico. Luego intenté acercarme para rescatarla de la burbuja, pero no se dejó. Y al día siguiente, cuando pasé cerca de un grupo en el que se encontraba ella, noté que me señalaba con expresión de burla. Estaba presumiendo de haberme sacado un bocadillo de calamares, que para nosotros era una fortuna. Entonces, pese a mi timidez, me acerqué al grupo y, apuntándole al pecho con el dedo, le dije:
-Estás muerta. No vayas a creerte que no lo sé.
Todas sus amigas se alejaron un poco, como con miedo a contagiarse, y desde entonces arrastró una vida solitaria, que yo tampoco intenté aliviar, aunque me lo pedía con los ojos. Se casó con un muerto de hambre con el que asiste a misa de difuntos todas las semanas. Continúa en el barrio y, cuando me acerco por allí, a ver a mis padres, se hace la encontradiza para que la libere de la burbuja en la que sigue atrapada. Pero ahora, aunque quisiera, no podría, porque yo mismo he ido encerrándome durante todos estos años dentro de una membrana transparente y flexible de la que sólo podría rescatarme una mujer viva.


Juan José Millás, 2008

lunes, 8 de marzo de 2010

Construyendo sueños I. La soledad

Estaba alegre, contenta, quería cantar al alba pero el sol se había puesto ya. Cerró de un portazo y salió a la calle a encontrarse entre la gente. Caminaba entre charcos por el malecón de su Habana vieja: a un lado el mar de coches y cláxons; al otro un abismo de piedra infinita, de corales de cable.
Rugió la melodía de un móvil que no era el suyo pero que la despertó justo en el lugar donde cada mañana, Patricio el limpiador de botas sacaba brillo a los pies de la ciudad que le adoptó, huérfano de patria.
No había lluvia en el cielo y una gota salada deslizaba su mejilla, llegaba hasta su cuello colándose por su jersey de punto y ahogando un poquito su corazón. Pasó la mano por su rostro, por su cuello, y éste estaba seco. Se sentó ahí mismo, donde Patricio. Cayó en la cuenta de que sus zapatos estaban llenos de barro, que tenían restos de hierva. Suspiró y miró a lo alto, dónde nunca se mira, donde el brillo de los zapatos se confunde con una moneda. Dos cornisas más arriba allí estaba él, esparandola en la ventana de su cuarto.

domingo, 7 de marzo de 2010

Miguel Hernández SONETO FINAL


Por desplumar arcángeles glaciales,
la nevada lilial de esbeltos dientes
es condenada al llanto de los manantiales.

Por difundir su alma en los metales,
por dar el fuego al hierro sus orientes,
al dolor de los yunques inclementes
lo arrastran los herreros torrenciales.

Al doloroso trato de la espina,
al fatal desaliento de la rosa
y a la acción corrosiva de la muerte

arrojado me veo, y tanta ruina
no es por otra desgracia ni otra cosa
que por quererte y sólo por quererte.



miércoles, 3 de marzo de 2010

Foteando I





Con este libro, Manuela Romo nos presenta un estudio sistemático de la psicología de la creatividad que ayuda a cubrir una importante laguna de la literatura castellana sobre el tema: analiza las dimensiones psicológicas esenciales para la conducta creadora, poniendo especial énfasis en las funciones del pensamiento, que busca los problemas antes que eludirlos y sabe formularlos y resolverlos de forma original; estudia las estrategias mentales que intervienen liberando al pensador de bloqueos previos y, finalmente, aborda el pensamiento analógico, al que se concede singular importancia en este proceso.

Se nos habla también de la necesidad del contacto y el esfuerzo prolongado en un ámbito de conocimiento determinado para que tales estrategias puedan cristalizar en aportaciones nuevas y valiosas, a veces con ayuda del azar, cuestión baladí a la que se dedica un capítulo. Y todo ello culmina en el énfasis de la otra dimensión necesaria de la creatividad: la última parte del libro desarrolla cuestiones relativas a la necesidad de una fuerte motivación intrínseca hacia el trabajo y la manera en que ésta opera. La doctora Romo aborda igualmente otras características personales relevantes, como la autoconfianza y el deseo de logro.

Manuela Romo es profesora titular en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. Su labor investigadora se ha centrado esencialmente en el tema de la creatividad, impartiendo cursos y conferencias y a través de numerosos trabajos de ensayo e investigación publicados en revistas españolas e internacionales.

lunes, 1 de marzo de 2010

La mujer que yo quiero

La mujer que yo quiero, no necesita
bañarse cada noche en agua bendita.
Tiene muchos defectos, dice mi madre
y demasiados huesos, dice mi padre.
Pero ella es más verdad que el pan y la tierra.
Mi amor es un amor de antes de la guerra
para saberlo...

La mujer que yo quiero, no necesita
deshojar cada noche una margarita.

La mujer que yo quiero, es fruta jugosa
prendida en mi alma como si cualquier cosa.
Con ella quieren darmela mis amigos
y se amargan la vida mis enemigos...
porque sin querer tú, te envuelve su arrullo
y contra su calor, se pierde el orgullo
y la vergüenza...

La mujer que yo quiero es fruta jugosa
madurando feliz, dulce y vanidosa.

La mujer que yo quiero me ató a su yunta
para sembrar la tierra de punta a punta
de amor que nos habla con voz de sabio
y tiene de mujer la piel y los labios.

Son todos ellos mis compañeros de antes...
Mi perro, mi Scalextric y mis amantes.

Pobre Juanito...
La mujer que yo quiero me ató a su yunta;
pero, por favor, no se lo digas nunca.


J. M. Serrat