martes, 8 de abril de 2008

La difícil búsqueda de la identidad

Los psicólogos del desarrollo, pero no así los psicólogos de la personalidad, hablan del "sistema del yo". Se trata de la comprensión que una persona tiene de sí misma, de los roles con que se identifica, de los valores culturales o morales que acepta. La idea que uno tiene de sí mismo es un componente real de la personalidad. Es una de las creencias fundamentales que va a intervenir en la definición del carácter. Va a determinar los modos de sentir y de actuar y, en último término, va a permitir la emergencia de nuevos hábitos afectivos, cognitivos y operativos, es decir, si cambia la identidad, puede cambiar el carácter.
Los adolescentes -y también los adultos que no se han resignado a la facticidad- suelen distinguir entre su yo real y su yo ideal. Esta división puede causar problemas si existe una excesiva diferencia entre ambos, o si el yo ideal está falseado. ¿Qué le sucede a una chica anoréxica? Que su aspecto ideal está equivocado y le va a introducir en una dinámica destructiva. El adolescente imagina aquello en que le gustaría convertirse y aquello en lo que teme convertirse. Es una opción arriesgada, en la que pueden ser constructivos o destructivos. El acercamiento de muchos adolescentes a conductas de riesgo, las drogas por ejemplo o el sexo precoz, depende de los modelos impuestos -o al menos propuestos- por la sociedad. Una vez más nos tropezamos con la inevitable interrelación de elementos de la personalidad.
Lo cierto es que el adolescente se encuentra con su personalidad aprendida -el resultado de su matriz personal y de los hábitos- y tiene que decidir lo que hace con ella. El psicólogo canadiense James Marcia cree que los cambios durante la adolescencia se entienden mejor si se dividen en tres fases: deconstrucción, reconstrucción y consolidación. Es decir, inicialmente el adolescente se enfrenta a sus propias contradicciones, intenta resolverlas, y al final desarrolla una teoría del yo más integrada, su identidad. No es de extrañar que durante este periodo muchos padres se sientan confusos y vapuleados.
La sociedad occidental actual ha dificultado y vuelto más urgente la búsqueda de la identidad, porque propugna una individualización feroz. No hay roles sociales, no hay identidades definidas, no hay modelos morales, hay un contradictorio politeísmo de valores y cada cual tiene que elegirse de arriba abajo. El tipo occidental de sociedad individualizada nos habla de la necesidad de buscar soluciones biográficas a contradicciones sistemáticas
.> Por ejemplo, no tenemos un modelo aceptable de relaciones de pareja, no existe una clara idea de en qué consiste ser hombre y ser mujer, y la única solución es que cada cual resuelva el problema a su manera. En un mundo donde el trabajo se hace inestable, se nos pide que cada cual se haga su propia biografía laboral a la carta. Se recomienda, en suma, una especie de bricolaje vital. Este tipo de libertad produce la angustia de la posibilidad, que empuja a mucha gente, como reacción, a buscar identidades monolíticas, religiosas, políticas o nacionales. Es lo que Fromm llamó "miedo a la libertad" . Sufren la misma inquietud que hizo a una niña preguntar lastimosamente a su maestro: <¿Entonces hoy también tenemos que hacer lo que queramos?>
Nunca se ha exigido tanto al individuo como ahora. Al poseer más libertad, al estar obligado a inventar su vida sin manual de instrucciones, tendrá que estar decidiendo continuamente. Por eso resulta tan urgente que nuestros niños aprendan a vivir esa autonomía, llena de posibilidades y riesgos.

José Antonio Marina
"Aprender a vivir" 2004
www.joseantoniomarina.net

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