domingo, 5 de febrero de 2012

De la Zambra al Duende

El poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, ya asentado en su edad y en su fama, caminaba una tarde por una calle de Montevideo. Dos jovencitas lo vieron venir por la acera y una de ellas lo reconoció. Con admiración y en voz baja, casi al oído, informó a su amiga:

"Mira: es Zorrilla de San Martín".

La amiga comentó:

"¡Qué bajito!".

El poeta se detuvo y aclaró con exquisita cortesía:

"Señorita: conforme me alejo voy resultando algo mayor..."

A veces recuerdo esa anécdota cuando disfruto de la música de Juan Carmona, este hombre bajito que es el mayor de los Habichuela y que, cuanto más pretende ocultarse tras la esquina de su modestia, más grande se hace entre nosotros. Cuando se acaba un cante y los artistas se ponen en pie para agradecer la ovación, Juan se aleja dos o tres pasos, como ofreciendo todos los aplausos al cantaor, como si en ese instante quisiera hacerse invisible para no cargar con el peso de su propia grandeza. Pero es inútil: la ovación le persigue. Que no se haga ilusiones: lo vemos en el escenario y lo vemos en el territorio de nuestra gratitud.

Todos nos sentimos agradecidos con el arte de Juan Carmona. Sabemos, además, que no le debemos solamente su música: le debemos también un suceso espléndido y constante: que su música enciende el corazón de los cantaores que tiene la responsabilidad y la fortuna de ser acompañados por Juan. La guitarra de Juan Carmona es algo más que un diálogo con el cante: es un impulso, una levitación. Juan toca la guitarra al servicio del cantaor, pero también y al mismo tiempo al servicio de la historia del cante, de la profunda gravedad y de la profunda belleza de la historia del cante.

Quizá no existe un cantaor flamenco que no cante mejor cuando Juan lo acompaña. No sólo le da los tonos, e incluso se los anticipa, se los conduce y los arropa, sino también porque lo hace con una sabiduría, un pudor, una exactitud y una honradez tan incesantes y trabados que el cantaor va comprendiendo y asumiendo, con la ayuda de Juan, la tremenda importancia de servir al flamenco. Y de pronto ya hay dos artistas que no se sirven de la música, sino que la sirven a ella, la celebran, la exaltan. Así, un cante con Juan a la guitarra puede ser una ceremonia, y casi una liturgia. Y todo eso sucede porque el pudor de Juan Carmona es como una epopeya de la modestia. Su humildad es casi onmipotente. Jamás intenta robar protagonismo al cante; hace algo más difícil: lo ayuda a ser más verdadero. No encontraremos en el toque de Juan ni efectismos ni demagogia: su música se conforma con sre imprescindible. Estoy intentando decir que el guitarrista Juan Carmona, además de un artista capaz de hacernos comprender que la tradición puede estar inflamada de sorpresas y de modernidad, y además de un profesional que no ha querido renunciar a la paciente depuración del artesano, es nada más que un clásico.

Nada menos que un clásico.

Félix Grande